Juan de Herrera, ¿el Bramante español?

Hemos evidenciado ya en otras ediciones de la «Medalla del Trimestre» que una de las riquezas de los fondos del Museo de Medallística Enrique Giner se fundamenta en la variedad de las épocas y estilos que de este género artístico atesora. De hecho no es ésta la primera medalla renacentista que traemos aquí a colación; aunque en este caso sí es la primera que, siendo de este periodo, su mecenas y protagonista es un reputado personaje hispano: Juan de Herrera de Maliaño.

Si no les recuerda a nada su nombre, anotemos como pista que, no en balde, su apellido dio cuño nominativo a una corriente arquitectónica que, desde finales del siglo XVI d.C., fundamentó su quehacer en una aplicación de las renacidas formas grecorromanas bajo el prisma de la pura geometría, la sobriedad formal y la depuración decorativa: el estilo herreriano. Tan afamado fue, que en adelante se extendería como tal por la Europa setecentista, y llenaría -hasta hoy- las monografías artísticas como la modalidad arquitectónica más puramente española.

Argumentemos, como indicio final, que Juan de Herrera fue un hombre propio de su época, humanista -bajo el poliedro del dominio de distintas disciplinas- y arquitecto, destacando sin lugar a dudas por la fabulosa construcción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

Ahora sí queda claro que estamos lógicamente ante una interesantísima medalla de la Edad Moderna; por cierto, tanto por su protagonista, como por su autor, otro artífice incuestionable: Jacopo Nizzola da Trezzo, conocido como Jacometrezo, o directamente como Trezzo. Dicho sea de paso, fue éste otro hijo propio de su tiempo: medallista, escultor, arquitecto, orfebre y joyero; con formación inicial milanesa y florentina justo antes de viajar a España -vía Bruselas- y convertirse en consejero artístico y técnico de Felipe II. En su seno formó parte del equipo de trabajo escurialense junto a otro gran escultor, Pompeo Leoni; y de ahí seguramente, de su quehacer diario, que surgiera la oportunidad de homenajear al flamante Herrera.

Nuestra pieza, además, posee una singularidad material destacable, puesto que se trata de un ejemplar en plata, material poco visto de la serie y del que adolecen las grandes colecciones museísticas. Citemos por ejemplo que tanto el cospel que conserva el Museo Arqueológico Nacional, como los dos del Museo Lázaro Galdeano -sito en Madrid-, son ejemplares en bronce; mientras que la pieza conservada en el también capitalino Museo Cerralbo, fue fundida en cobre.

Si nos fijamos ya en sus imágenes y textos, en el anverso retrató Trezzo al cántabro Herrera nombrándolo en la inscripción como arquitecto regio, etiqueta ésta de prestigio pese a que no fue titulado como «Inspector de Monumentos de la Corona» hasta justo un año después de realizarse la pieza. Por su parte, el reverso fue completado con una personificación de la Arquitectura -o Geometría, denominación bajo la que circulaba en los grabados de época que vemos en el expositor-, figura ésta de la que derivarían distintos tipos iconográficos y de cuya profusión alegórica se encargaría Cesare Ripa, quien desde su conocida publicación Iconología, la describe como una «Donna, di matura età, con le braceia ignude, & on la veste di color cangiante; tenga in una mano l’archipenzolo, & il compasso con un squadro; nell’altra tenga una carta, dove sia disegnata la pianta d’un Palazzo, con alcuni numeri attorno.» (1593: 17)

Así pues, el tributo a Juan de Herrera se fundamentaría en primera instancia con la identificación misma de éste con el noble arte de la arquitectura, pero también, en segundo lugar, con un matiz solo revelado si indagamos sobre el bagaje productivo del ars metallica quinientista. Y es que no pasa inadvertido que Jacometrezo no se conformó con hacer un guiño a su compañero escurialense: le estaba ensalzando, sí; pero también encumbrando como arquitecto del rey antes de que lo fuera, así como identificándolo -como ahora veremos- con uno de los más insignes tracistas de su tiempo.

El Renacimiento fue un momento proclive para las artes, especialmente para las artes arquitectónicas, puesto que el estilo dio algunos de los nombres más importantes de la historia del arte: Brunelleschi, Alberti, Buonarroti, Sangallo, Vignola, Palladio… Y Bramante. Este último, Donato, destacó además porque delineó un encargo de los Reyes Católicos en Roma que se ha convertido en referente: el templete de San Pietro in Montorio. Severa construcción con planta en tholos, se situó en el lugar en que, tradicionalmente, se creía que había tenido lugar el martirio del primer Papa. Pero no fue ésta su única creación a tener en cuenta. Poco se pone de relieve el hecho de que fue el arquitecto que trazó el primer diseño para la nueva basílica de San Pedro, templo referente desde entonces de la cristiandad. De aquel proyecto bramantino, hoy solo quedan un boceto original y dos medallas que aquí toman relevancia.

Ambos cospeles fueron labrados por el medallista Cristoforo di Giovanni Matteo Foppa, conocido como Caradosso, uno en cuyo anverso figuraba el promotor del nuevo templo -el Papa Julio II- y en el reverso se mostraba una vista de la fachada proyectada; y otro dedicado específicamente al tracista Bramante -en forma de busto desnudo en el anverso tal y como se observa en nuestra vitrina- en cuyo reverso se representaba a la Arquitectura, con compás, escuadra y sedente enfrente del nuevo San Pedro… composición que emuló da Trezzo para su medalla de Juan de Herrera setenta y tres años después.

Así pues, cuando Jacometrezo realizó esta composición medallística para Herrera, artífice de El Escorial, no solo le piropeaba artísticamente hablando, sino que lo paralelizaba directamente con el gran Bramante, así como comparaba la mítica propuesta de San Pedro, con la edificación escurialense que llevaría a la fama al hispano.

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