La medalla, un objeto desconocido
La composición de las artes en estadios de excelencia ha tenido para la historia del arte contemporáneo -entiéndase con ello desde el siglo XVIII d.C.- una serie de consecuencias nada positivas que, junto con la etiqueta que supuso hablar desde entonces de las Bellas Artes frente a otras mecánicas, relegó a secundarias o marginales toda una serie de manifestaciones artísticas que, por un lado, podían haber sido siempre menores en cuanto a fuste monumental se refiere, pero que, por otro, solo ahora estaban sufriendo una significada caída en cuanto a producción y mecenazgo se refiere.
La medallística, el arte de la medalla, a partir de estos momentos, aún siendo todavía un instrumento conmemorativo en uso, pasó a estos segundos planos en la escala de las artes, quedando hacia nuestros días como si fuera un simple objeto propio de anticuarios y coleccionistas. No fue así en cambio su desarrollo vital desde los principios de la época moderna.
El arte de la medalla es pues, posiblemente, uno de los tipos escultóricos más desconocidos en la difusión el arte general en la actualidad. A pesar de las importantes secciones medallísticas de la mayoría de los museos de prestigio mundial -o el trabajo que distintas instituciones y asociaciones están llevando a cabo actualmente para la eminente revitalización del género-, éstas siguen sin una verdadera atención por parte de los historiadores del arte, para quienes en muchas ocasiones son poco más que un capricho de coleccionistas, u objetivo de fichas y catalogaciones numismáticas.
De la moneda antigua, al arte medallístico
Para conocer el nacimiento de la medalla en los trabajos de los artistas de época moderna, momento de su eclosión, hay que reconocer antes la labor de los teóricos de la numismática de ese mismo periodo. Uno de los aspectos más interesantes en la concreción del nuevo arte a partir del Renacimiento italiano, no es tanto su proceso de elaboración, si acuñada o no, o si hecha por especialistas o por escultores en general, sinó los conceptos que determinaron el nacimiento de estas piezas metálicas, los soportes teóricos que las generaron y cómo estos determinaron el modo de aproximarse a ella.
En esta coyuntura fue determinante la numismática de la antigüedad, una numismática que, por un lado, confundía a los teóricos del arte -si se nos permite hablar de confusión- y, por otro, daba todo su sentido a la medalla en el equívoco.
La historiografía contemporánea, cuando estudia el papel histórico del dinero en la antigüedad, acaba resolviendo a partir del siglo VI-VII a.C. el uso de la moneda acuñada como objeto representativo por antonomasia de ese concepto de dinero, un dinero ya monetal que, a lo largo de los siglos y culturas, fue evolucionando en las distintas cuestiones que lo atañían, bien fuesen materiales -como el tamaño, su materia o la iconografía- o cuestiones, digámoslo así, puramente monetales -como su peso ponderal, el cambio a valor o sus devaluaciones-. Todo esto en cambio no estaba tan claro para los humanistas de los siglos XV o XVI. ¿Qué era una moneda?; y… ¿qué no lo era?. Para los teóricos de estas fechas, un objeto de la antigüedad, pequeño, redondo, de bronce, plata u oro, con inscripciones y dibujos, podía ser ora una moneda, como otrora una medalla, según opinase el estudioso. El equívoco estaba servido; de hecho, las grandes discusiones y debates bibliográficos del momento se presentaban en este sentido. No era baladí la pugna: si ese objeto pequeño y redondo, era algo más que una simple moneda, lo que contenía trascendía más allá de lo caprichoso y superficial, entrando como en una especie de nueva esfera significativa; si no era así, no servían de ninguna manera para extraer los valores útiles, como en préstamo, para el nuevo arte. La lectura de la numismática antigua determinaría con claridad el papel y la función de la medalla en sus inicios. Sin conocer esa lectura, es imposible hacerse una idea de la idiosincrasia de la primera medallística, puesto que para quienes pensaban que era lo mismo moneda y medalla, el siglo XV no significó la aparición de un nuevo arte, sino el renacimiento de esa presunta medallística utilizada ya en la antigüedad.
Autores como Antonio Agustín, Vicenzo Cartari, Enrique Flórez, Carlos Patin, Enea Vico o Guillermo de Choul, dotaron a la medalla de todo su sentido y significación, un significado conmemorativo, de prestigioso nominal, pero también moral, aleccionador y trascendental; digno de imitar.
La consolidación del ars metallica
De este modo, el inicio de su auge será el de la misma eclosión del Renacimiento italiano, momento en el que la nobleza y la incipiente burguesía –y desde ahí al resto de cortes y acaudalados europeos- acertaron al ver en este nuevo género escultórico un medio cargado de extraordinaria eficacia. Como sabemos, en esta escena aparecieron grandes mecenas y humanistas, empezando por los Médici, pasando por los Malatesta y acabando con los Gonzaga, y siempre bajo la mano artística de grandes figuras del arte como Antonio di Puccio Pisano, más conocido como il Pisanello.
Así pues, a partir del siglo XVI d.C., la utilización de la medalla conmemorativa será un hecho que se concretará en la edición suelta primero, y sistemática después, de este apretado medio de persuasión. La retórica metálica, literaria y visual, irá siendo cada vez más compleja; no tanto en cuanto a recursos -que se completarán casi como en catálogo entre el XVII y XVIII- como en lo que atañe a sus programas.
Poco a poco se irán consolidando las llamadas historias metálicas, un programa fundamentalmente propagandístico que nutrirá las vitrinas europeas pero también sus bibliotecas. Debemos tener en cuenta que una cosa serían las acuñaciones propiamente dichas, y otra la publicidad de las historias a través de libros que reproducían -y en ocasiones explicaban- los metales en juego. La aparición de la imprenta en torno a 1450 multiplicó los efectos de difusión medallística a todos los niveles, y justamente donde se encontraban los mayores centros impresores continentales, surgieron las mejores historias metálicas.
Sin lugar a dudas, en esta línea, el mejor ejemplo de esta consolidación -así como de una apuesta por la belleza formal y una actitud programadora- fue la histoire métallique de Luis XIV de Francia, baluarte que en adelante tendría sus réplicas e imitaciones tanto en Europa como en Iberoamérica.
De hecho, la fuerza de estas ediciones fue tan evidente que, bastante más tarde, ya en el XVIII y XIX, la intencionalidad de crear historias metálicas aún no había sido despreciada del todo, por lo que ya en la contemporaneidad podemos observar aún alguno de los últimos próceres políticos -léase Napoleón Bonaparte- que tiraron de repertorio.
La medallística hoy
El siglo XX finalmente cambió alguno de los paradigmas históricos del ars metallica, pero sobre todo multiplicó sus formas de modo paralelo a como los estilos artísticos estaban mutando a gran velocidad, fruto siempre de la influencia vanguardista.
Finalmente, en los últimos cincuenta años el arte de la medalla se ha convertido en un género fresco, actual e incluso revolucionario. Si no es menos cierto que los antiguos valores metálicos no han perdido aún su vigencia, el trabajo de los nuevos artistas lo han catapultado hacia la actualidad más preclara. Podemos decir, a ojo de buen cubero, que esta particular revolución ha sido fruto de los trabajos de autor de la última media centuria ya que no es fácil remitirnos a una fecha que nos sirva como punto de inflexión, consecuencia de lo disperso de los trabajos que se han venido editando así como de la ocasionalidad de muchos de esos artistas.
También es difícil sistematizar qué debe cumplir o incumplir un cospel para considerar su innovación, ruptura e incluso transgresión vanguardista. De hecho este punto sería de interés en sí mismo por cuanto de ser claro, podríamos conocer el límite -tan necesario hoy como confuso- entre la medalla, el objeto-medalla y el objeto-no-medallístico. ¿En qué momento los cospeles dieron, en su caso, el giro copernicano?. ¿Un cambio formal marca un nuevo concepto medallístico?. ¿Un cambio material lo hace?. ¿El cambio tridimensional lo consigue?. ¿O es el cambio de los asuntos e ideas el que debe guiarnos?.
Lo que no deja lugar a dudas es que la vida de la medalla actual es tan vibrante como inconmensurablemente original. Desde las activas British Art Medal Society de Londres (Reino Unido) o el Medallic Sculpture Studio at the National Academy of Arts de Sofia (Bulgaria), pasando por otras como la American Medallic Sculpture Association en Edmonds (Estados Unidos), u otras homólogas en Italia, Alemania y Portugal, todas han conseguido despertar un interés productivo que ha multiplicado exponencialmente la creatividad y, desde aquí, incrementar las nuevas experiencias medallísticas. Las muestras y proyectos dedicados a estudiantes de escuelas de arte y universidades, además han contribuido a la promoción del género para que éste, finalmente, se haya complementado con el nacimiento de un mercado de cospeles -o piezas/esculturas de pequeño formato- que por su originalidad, exclusividad -puesto que en muchas ocasiones son piezas únicas labradas a mano- y precio relativamente asequible, han llevado nuestro arte a una dimensión inédita hasta la fecha. Desde las creaciones multimedia de Elly Baltus, a las desmontables de Bogomil Nikolov, pasando por las medallas cinéticas de László Szlávics Jr., las singularidades parecen infinitas.