Rastrear el arte de la medalla de hoy pasa por indagar a cerca de uno de los autores vivos más reconocidos, el inglés Ron Dutton. Ganador -entre otros- del Gran Premio de la Federación Internacional de la Medalla (FIDEM) en 2016, el del condado de Cheshire mantiene una producción ininterrumpida desde los años 70, un corpus en el que nos ha dejado ya para la historia varias series metálicas de extraordinaria belleza.
Bastantes de estas, además, suelen estar inspiradas en sus dos temas más prolijos: el paisaje británico y los efectos de la naturaleza sobre éste y sus criaturas. Tenemos gran cantidad de trabajos suyos donde la naturaleza se expone tal cual es, sobre todo cuando se desata y se muestra con toda su fuerza, bien formando paisajes de perfecta estética que parece petrificar en el metal (como en las piezas Torridon Shafts o Almond Cloud Hopper); bien sea formando paisajes insuperables, sublimes (Rain Stream). El propio Ron ha reconocido en diversas ocasiones la importancia que da a la naturaleza y a sus fenómenos en su obra, ya que lo salvaje, el fuerte viento, la lluvia torrencial, la luz cegadora del sol, el golpe de las olas, o los animales que la temen, «are poignant symbols of the need to protect ourselves against the power of nature».
Sirva como ejemplo la obra Sheep Strom (1981), una de las numerosas producciones de Dutton en las que una oveja -o conjunto de ellas- protagoniza la composición. Las vemos en 1982 sobre Horizons High Sheep Moor 2 y Sheep Moor II; en 1992 sobre The Woolgatherer, Sheep Trail y Sheep Slumber (1992); o en 1996 en Moon Sheep Glade. La oveja es por tanto una animal recurrente en el británico.
En el anverso de Sheep Strom coloca un conjunto de éstas en primer plano frente a una línea de pared que se sugiere a media distancia; mientras, en el horizonte y cielo del fondo, se atisba un conjunto nuboso volcando su agua sobre la tierra. En el reverso, haciendo un bonito juego de punto de vista contrario, vemos la pared desde el otro lado -tras la que deben estar las ovejas que obviamente no podemos ver ya- sobre la que la tempestad se ha desencadenado.
Las ovejas, por tanto, gregarias y apretadas, se protegen de la borrasca que aún no les alcanza, pero cuyos rostros no muy definidos sí evidencian en cambio el pavor y la impaciencia que les sugiere. La imagen del rumiante prevenido, en consecuencia, es un símbolo que, como citábamos arriba de palabras del propio artista, nos avisa de la necesidad de protegernos frente al poder de la naturaleza, algo nada novedoso si indagamos en la historia de nuestra cultura artística.
Se da el caso que Sebastián de Covarrubias Orozco materializó a principios del XVII d.C. un emblema donde un pastor recostado, junto a sus ovejas, avista al fondo unas nubes que dejan caer lluvia con fuerza, imagen cuyo comentario nos recuerda como «Las Aves del cielo, las bestias de la tierra, y los pezes del mar, tienen barruntos y presagios de los temporales, y se previenen para no recibir daño». Esta capacidad instintiva del animal, para el toledano no dejaba a dudas la lección moral que debía extrapolar el ser humano, por cuanto sería vergonzoso no aprovecharla para sí y evidenciar que, «dotado de razón y prudencia, no advertimos al daño que nos está amenazando, quando dél preceden ciertas señales».
Las referencias sugerentes para Sebastián tampoco eran gratuitas, puesto que la primera fuente que nos remite a esta lección de vida era de origen literario: «et cum clamarem ‘quo nunc se proripit ille? / Tityre, coge pecus’, tu post carecta latebas.», describiendo así Virgilio -en las Bucólicas- como al darse la voz de alarma, Títiro debía recoger su rebaño para no pasar ningún tipo de penuria.
Al remate, para Virgilio, para Covarrubias, y para Dutton, la oveja connota prevención, aquella que nos otorga el entendimiento humano para, aprovechando las señales y advertencias que la naturaleza nos aporta, seamos capaces de cuidarnos de ella y jamás pretender disputarla.